(La Sonrisa Vertical 02) Memorias de una cantante alemana by Wilhelmine Schroeder-devrient

(La Sonrisa Vertical 02) Memorias de una cantante alemana by Wilhelmine Schroeder-devrient

autor:Wilhelmine Schroeder-devrient [Schroeder-devrient, Wilhelmine]
Format: epub
Tags: love_erotica
editor: www.papyrefb2.net


8

Tras ese largo y profundo sueño, que nos reconfortó de las fatigas sufridas durante la noche, desayunamos copiosamente. Rodolfina hubo de confesarse, es decir, contarme con todo detalle su relación con el príncipe. En el fondo, su historia no era sino la de toda mujer sensual descuidada por su marido. Gracias a su gran experiencia, el príncipe había comprendido en seguida la desdicha secreta de la unión de Rodolfina, y ella no pudo ocultarle mucho tiempo su temperamento impresionable. En esas circunstancias, el príncipe se había aproximado a ella con mucha prudencia y finura. Apasionado, pero de exterior frío, evitaba comprometerse. Había sabido aprovechar el humor frívolo del marido para excusar la propia infidelidad de Rodolfina.

Atormentada por su temperamento, y queriendo hacía tiempo vengarse de la frialdad del marido, Rodolfina se había dejado seducir. En general, la venganza es lo que empuja más fácilmente al adulterio, aunque las mujeres casadas sólo lo confiesen involuntariamente. Rodolfina me declaró que no amaba al príncipe, pero yo tuve ocasión de observar que estaba celosa de sus favores y hasta de sus amistades. Me confesó, además, que el príncipe era el único hombre al que se había entregado con excepción de su marido.

Lo creo. Rodolfina debía vigilar celosamente el renombre mundano de su marido y su honor, aún intactos. Debía hacer la elección de sus relaciones con mucha prudencia. Su marido no habría aceptado impunemente una conducta ligera por su parte; aunque no la amara, era soberbio y temía el ridículo. En esas particulares circunstancias, creo que el príncipe fue el único hombre a quien concedió sus favores; por otra parte, no creo engañarme diciendo que antes de encontrar al príncipe hubiera sido muy fácilmente la presa de todo seductor diestro si le hubiese sido propicia la ocasión, que es la mayor entrometida del mundo.

Por eso, la historia de Rodolfina no tenía nada extraordinario, pero yo escuchaba con gusto esa confesión. Siempre me han cautivado historias semejantes relacionadas con mi sexo. Tengo el don de provocarlas por astucia o sorpresa, si mis amigas no me abren voluntariamente su corazón y no quieren revelarme el secreto de sus maneras de pensar y sentir.

Tales comunicaciones me interesan psicológicamente, ensanchan mi punto de vista, mi conocimiento del mundo y de los hombres. Confirman mi concepción, tantas veces repetida: nuestra sociedad vive de la apariencia; hay dos morales, una ante los hombres y otra entre cuatro ojos.

En efecto ¡qué experiencia tenía yo, a pesar de mi juventud! En primer lugar, mi padre severo y digno, y mi madre virtuosa; los sorprendí en el momento de la embriaguez de los sentidos, en el momento del triunfo de la voluptuosidad. Luego Margarita, aunque viva y animada, hablando siempre de las conveniencias y de las buenas costumbres, sermoneando continuamente a mi primita, ¡qué hechos había confiado ella a mi joven oído, por si no hubiese visto con mis propios ojos cómo apaciguaba los deseos que la consumían! En fin, mi tía, el ejemplo más completo de la anciana severa y áspera.



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